viernes, 25 de julio de 2014

El grito


" Gritar hacia dentro para no herir el mundo exterior; mis sentimientos son una agresión para sus vidas, porque lo que siento va contra natura y sus instintos de supervivencia, no aceptan tales pensamientos.
Un grito desgarrador, íntimo y audible sólo para mí. Una herida interna con hematoma exterior, en forma de labio curvado ascendente en sus laterales, una farsa teatralizada.
Soledad auténtica y encubierta, pese a estar rodeado de personas.

Las pequeñas y grandes decepciones habituales, así como los absurdos de los que se adolece la sociedad, colapsan mi sistema central de la supervivencia. El odio de un humano hacia otro, el egoísmo implícito en cada una de nuestras acciones y como estos, mil y un errores que el humano se niega a erradicar de su proceder milenario, hacen que envidie al que yace bajo o frente a una losa sepulcral.

Un cúmulo de acciones protocolarias para el trato entre humanos, una falsedad gesticular y una verborrea falsa, es lo que se impone, ocultando así nuestros verdaderos sentimientos hacia los demás. Yo lo huelo a cada instante, reconozco lo que es la sinceridad y la falsedad en cada uno de nosotros, se me atragantan las mentiras, se convierten en algo que se queda en mi garganta y que no puedo digerir, se convierten en una náusea constante y existencial.

Y aún así, siempre he conservado una pequeña esperanza, un viejo anhelo, un sueño utópico; siempre he esperado la mano salvadora de un ángel, un ser divino que cuidase de mí, que me ocultase la realidad con sus alas de verdadero amor, que matase mis pensamientos a besos y abrazos. Pero no, sólo encontré egos en mis parejas, una lucha constante por ensalzar sus deseos y prioridades. El amor caduca, es fruto de temporada, es un fruto que existe mientras la relación es aún joven en su duración.

El último gesto desesperado para intentar anclarme definitivamente a esta vida, fue idealizar hasta lo grotesco a Monika; su rostro tallado en fina piel de aspecto porcelánico, su dulce voz de cristal a punto de romperse, su mirada en la que adivinaba hastío existencial, hizo que la amase hasta el extremo de sentir dolor. Y sin embargo nunca la conocí, todos los martes se mostraba en la telepantalla y sufría el resto de la semana, porque el tiempo pasaba tortugamente, por mi deseo enfermizo de volverla a ver y escuchar de nuevo otro martes.

Le escribí dos cartas en total, remitiéndolas al canal donde ella trabaja, a ninguna me contestó y eso que esperé un intervalo de tiempo prudencial entre una misiva y otra. ¡Craso error el mío!, en mis cartas puse demasiada pasión, le dije palabras inapropiadas fruto de mi desesperación por intentar captar su atención; la desesperación es un eficaz producto repelente para el género femenino.
Tras varios meses de esperar, aunque fuesen unas míseras palabras de gratitud, pues con éso llegaba a conformarme, no obtuve respuesta alguna por su parte. Me asumí en una desesperación absoluta, en una depresión con accesos fuertes de melancolía.

Todo comenzó a carecer de sentido; la piedra de Sísifo que con tan inusitada pasión empuje hasta su cima, se volvió peligrosamente hacia mí. Ya no había vuelta atrás, era la última oportunidad para ser feliz; ya no tengo energía para comenzar de nuevo, se agotó mi esperanza para esta vida.
Si aquella ingrata mujer, hubiese hecho gala de esa intuición femenina de la que hacen todas gala, si hubiese observado que para mí ella lo era todo, si hubiese palpado entre las líneas de mis letras, este amor infinito que le proceso, yo estaría salvado. Pero no; Monika aparecerá otro martes en la telepantalla, inconsciente de que la aman como nunca nadie amó antes o si es consciente, pisoteará con fuerza sentimiento tan puro y noble.

Quien lea esto dará fe de que soy un joven muerto por su propia mano, ahorcado en la viga del techo de su casa, un cadáver que murió por la ausencia de las letras, un número frío más en las estadísticas de suicidas de este país, un muerto que porta esta carta en el bolsillo del pantalón, como último grito que nadie oyó."

El inspector Joseph, introdujo la carta en una hermética bolsa de plástico, la introdujo junto a una lágrima que no pudo reprimir. Miró con intensa pena el cuerpo balanceante del joven y sintió una inmensa tristeza. La soledad individual e inaccesible para el resto lo mató, esa fue su conclusión mental sobre el caso. Pensó que el mundo está lleno de personas que gritan por ser salvados, pero no los oímos ni somos conscientes del todo; gritos desesperados lanzados al olvido de la humanidad.



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